Sobre el beso hablan. Los cientificistas revientan en números (huecos). Dos personas que se besan –afirman- intercambian una media de 40.000 parásitos, 250 tipos de bacterias, 0,7 gramos de albúmina, 0,45 de sal, 0,7 de grasas, 0,18 gramos de materia orgánica y desgastan cuatro calorías por minuto. Un beso sobre la mejilla exige la activación de 12 músculos faciales mientras que el beso en la boca utiliza 34. Se concluye entonces que el ejercicio más completo es el que involucra a la trompa. Pero para infortunio de los labios musculosos, la Besología establece que se prohíbe reducir al beso a la simple categoría de ejercicio.
Se sabe también que el beso más largo que se ha dado en la historia alcanza las 30 horas con 59 minutos y 27 segundos. Se necesita condición. Pero también se sabe que este beso ha violado un principio fundamental de la Besología, que se resume en una discreta complicidad, en una intimidad protegida por las ganas de dos, en un celo que lo esconde en el recipiente más inaccesible: la boca.
Encima de todo, los escritores se han dado a la tarea de escribir sobre el beso en cantidades bárbaras. Se podría incluso establecer el besismo como nuevo movimiento literario. Ahí tenemos por ejemplo a La Bella Durmiente, El Beso de Béquer y el personalmente célebre Capítulo 7 de Rayuela. Un verdadero beso letrado.
De igual manera, puede hablarse de sus usos y costumbres: maneras diversas de entender y realizar el beso. Los chinos, por ejemplo, nunca se besan en público. En algunos países de Asia, Birmania y Borneo, no se practica el beso como lo entendemos en el “mundo occidental”; ellos se olfatean. En la Roma antigua había tres nombres diferentes para el acto de besarse, según la función del beso: osculum, savium y bastium. Desgraciadamente, la Biblia Vulgata en su traducción al latín nos amputó los más interesantes y nos dejó con el inocente beso familiar. También existía el ius osculi, menos agresivo que el derecho de pernada, pero también desaparecido del cuerpo legal.No olvidemos los usos peregrinos del beso. El del vampiro para alimentarse después de la seducción. El beso de la mafia que servía para prometer la pronta entrada en el otro mundo. Y el beso anal que formaba parte del proceso de iniciación de la brujas durante el aquelarre. Con todo, intuyo que aún quedan antecedentes encubiertos y olvidados sobre el uso y las modalidades del beso; antecedentes que por fortuna han conservado en secreto los amantes-centinelas.
En lo personal, me producen tristeza aquellos besantes que ignoran los secretos intransmisibles de la besología, los que no han desarrollado una besología propia y despierta; los que apenas aproximan las mejillas como si se fueran a contaminarse con uranio; sin dejar de hablar, como si lo que estuvieran contando (fuese esto lo que fuese) no pudiera esperar el tiempo de un beso. En cambio, me producen una brillante alegría aquellas que hacen del beso algo propio: barro, arcilla, masa. Que pueden otorgarle el don la longitud y hacerlo durar 15 metros, pedirle discreción otros tres. Que pueden asirlo como un ingrediente y darle sabor a chocolate y a mar, y alargarlo al gusto. Que hacen del beso –ante todo- una feliz conversación.
Se sabe también que el beso más largo que se ha dado en la historia alcanza las 30 horas con 59 minutos y 27 segundos. Se necesita condición. Pero también se sabe que este beso ha violado un principio fundamental de la Besología, que se resume en una discreta complicidad, en una intimidad protegida por las ganas de dos, en un celo que lo esconde en el recipiente más inaccesible: la boca.
Encima de todo, los escritores se han dado a la tarea de escribir sobre el beso en cantidades bárbaras. Se podría incluso establecer el besismo como nuevo movimiento literario. Ahí tenemos por ejemplo a La Bella Durmiente, El Beso de Béquer y el personalmente célebre Capítulo 7 de Rayuela. Un verdadero beso letrado.
De igual manera, puede hablarse de sus usos y costumbres: maneras diversas de entender y realizar el beso. Los chinos, por ejemplo, nunca se besan en público. En algunos países de Asia, Birmania y Borneo, no se practica el beso como lo entendemos en el “mundo occidental”; ellos se olfatean. En la Roma antigua había tres nombres diferentes para el acto de besarse, según la función del beso: osculum, savium y bastium. Desgraciadamente, la Biblia Vulgata en su traducción al latín nos amputó los más interesantes y nos dejó con el inocente beso familiar. También existía el ius osculi, menos agresivo que el derecho de pernada, pero también desaparecido del cuerpo legal.No olvidemos los usos peregrinos del beso. El del vampiro para alimentarse después de la seducción. El beso de la mafia que servía para prometer la pronta entrada en el otro mundo. Y el beso anal que formaba parte del proceso de iniciación de la brujas durante el aquelarre. Con todo, intuyo que aún quedan antecedentes encubiertos y olvidados sobre el uso y las modalidades del beso; antecedentes que por fortuna han conservado en secreto los amantes-centinelas.
En lo personal, me producen tristeza aquellos besantes que ignoran los secretos intransmisibles de la besología, los que no han desarrollado una besología propia y despierta; los que apenas aproximan las mejillas como si se fueran a contaminarse con uranio; sin dejar de hablar, como si lo que estuvieran contando (fuese esto lo que fuese) no pudiera esperar el tiempo de un beso. En cambio, me producen una brillante alegría aquellas que hacen del beso algo propio: barro, arcilla, masa. Que pueden otorgarle el don la longitud y hacerlo durar 15 metros, pedirle discreción otros tres. Que pueden asirlo como un ingrediente y darle sabor a chocolate y a mar, y alargarlo al gusto. Que hacen del beso –ante todo- una feliz conversación.
1 comentario:
MEGALOL!! Léí parásitos y me dio un ascoooooooooooo!!!
Publicar un comentario